Todas las mañanas al despertarme, veía en la ventana de mi habitación a un pequeño gorrión, donde picoteaba los granos de semilla que yo le ponía para así poder verlo a diario.
Me gustaba como salía volando con mucha facilidad cuando terminaba su comida, yo sentía envidia porque a mí siempre me gustó poder volar, elevarme hasta las nubes, ver mi pueblo desde lo alto y llegar a cualquier lugar muy muy rápido.
¡ Pero eso era imposible !
Lo intenté de varias maneras, me subía a un pequeño tronco y saltaba moviendo los brazos rápido rápido y nada, sujetando dos abanicos y cogiendo carrerilla rápido y nada, me ponía una capa cuando hacía mucho aire y nada, siempre caía al suelo como una piedra.
Un día tuve la idea de preguntarle al pequeño gorrión cómo lo hacía y se lo pregunté.
- Hola señor gorrión. Todos los días le pongo en mi ventana para comer y ya va siendo hora de que tú me ayudes a mí.
- ¿A qué te puedo yo ayudar? dijo el gorrión.
Y yo le dije: ¡a volar!
Entonces el gorrión comenzó a reírse y a reírse y cuando ya paró me dijo: -¡a eso no te puedo ayudar! - dijo el gorrión. Yo puedo venir a hacerte compañía todas las mañanas, puedo cantarte bonitas canciones, puedo enseñarte a silbar como lo hago yo, pero no puedo enseñarte a volar.
- ¡Pues yo quiero volar, y si tú no me enseñas ya habrá otra ave que me enseñe! - vale vale intentaré enseñarte pero antes quiero que sepas algo!. dijo el niño.
- El poder volar no es tan bonito como tu te crees, ahí arriba hay muchos peligros. Yo por ejemplo tengo que huir del águila, del halcón, del buitre y de todos los animales voladores que son mayores que yo y también de los hombres cazadores, además para poder volar tendrías que vivir de la misma manera que yo lo hago, viviendo en las copas de los árboles donde pasamos mucho frío en invierno, mucho calor en verano y cuando nieva o llueve nos mojamos, así que no podrías dormir en tu caliente habitación ni en tu cómoda camita.
- ¡Vaya, es verdad, no había pensado en eso! -dijo el niño.
- Entonces, ¿qué puedo hacer? yo no quiero correr esos peligros, pero necesito volar. La idea no se me va de la cabeza, por favor, dime qué puedo hacer señor gorrión? - dijo el niño.
- Se me ha ocurrido una genial idea -dijo el gorrión.
- ¿Cual? - dijo el niño.
- Utiliza tu imaginación, cierra los ojos y lánzate a volar por todos esos lugares que has pensado visitar, súbete a lo más alto de las nubes y luego bájate y planea a lo largo de los ríos y mares, de esta manera serás más veloz que cualquier animal que hayas conocido nunca. De esta forma no pasarás ni frío, ni calor, ni tendrás peligros que puedan hacerte caer, ni tampoco te cansarás volando. - Dijo el gorrión.
- ¡Vaya, es genial! ¿qué buenísima idea has tenido! Desde este momento te nombro mi mejor amigo, has hecho realidad el sueño de mi vida que era volar, quiero que vengas todos los días para compartir contigo todos los vuelos que haga en adelante. Gracias amigo gorrión, me haces muy feliz. Has conseguido la ilusión que siempre tuve de poder volar.
Jesús Benítez Sánchez